La pared (continuado)

Sabía a un sábado por la noche con amigos en el balcón, una guitarra y la brisa ligera que refresca no solo el cuerpo pero el espíritu. Hugo había escogido el postre más adecuado para acompañar la ahora inexistente cotidianidad de ese jueves y Fatima no podía dejar de sorprenderse de lo acertado que había sido en esa elección y la del momento para revelarle su nombre.

La pequeña nota imperfectamente arrancada de la libreta de las órdenes, daba a entender más que las 35 palabras que tenía escrita. Era tan compleja como la pregunta de quien era ella, ya que quería decir que ese individuo, que hace años le llevaba la sopa caliente, no se conformaba con etiquetarla como una mujer más que almorzaba en el restaurante de la esquina de la plaza de Hidalgo puntualmente a las dos de la tarde y no seguía patrón alguno para elegir su mesa. Tal vez el se fijaba en sus ojos caramelo más a menudo que ella en los de él (qué mala costumbre la mía de describir características con comparaciones a memorias, lugares o comidas)

Impulsivamente, escribió un mensaje donde informaba que llegaría tarde a la oficina porque un imprevisto se había presentado. Agarró la posdata, la releyó y pensativa volvió al postrecillo de galleta, yogurt y limón, terminándolo en perfecta sincronía con la última pareja que estaba saliendo del restaurante. Se puso de pie y camino hacia Hugo para agradecerle. Con toda la fe en la vida tocó su hombro izquierdo (le gustaba pensar que eso haría que se repitan las ocasiones) y le sonrió.

— Creo que soy la última por hoy, dijo.

— Hola, parece que si.

Era la primera vez que escuchaba algo diferente a el menú del día viniendo de ahora Hugo.

— Solo quería agradecerte por la nota, la comida y el postre, respondió.

—Jaja, de nada. Lo que preparamos hoy creo que se parecía mucho a el aire que das.

Fatima se sonrojó y riendo levemente preguntó el por qué de esa relación tan particular.

— Pues, fácil -Dijo Hugo- Era fresco pero intrigante, clásico pero a la vez con un twist muy sutil.

— ¿Y así soy yo?

— ¿Y me lo preguntas? Mira,vas vestida toda de negro, muy clásica, con una blusa bastante básica y unos pantalones cómodos… pero traes tacones mostaza, brazaletes de un tono muy similar y aretes se nota que los elegiste en un mercadillo de algún pueblo que visitaste, el “twist”.

— Bastante válido, Hugo. -rio- Eres igual de bueno observando que escogiendo postres.

— No fue una elección, fue una preparación especial para la señorita de la mesa 3- dijo perspicazmente.

Escondiendo su sorpresa en una risita le respondió

— Lo pensaste bastante bien… gracias. Creo que ahora te dejare ir para no disgustar a tu jefe.

— A mi “jefe” le tardo muchísimos meses decirte su nombre no dejaría que un par de copas por recoger interrumpan la conversación con su cliente más particular.

Fatima se sintió algo estupida al no haberse percatado después de tanto tiempo que el mesero era también el dueño del lugar, por lo que respondió algo avergonzada.

— Oh ¿alguna otra revelación que me quieras hacer hoy?

— jajaja, no por hoy creo que te he contado suficiente ¿que tal si tú me dices tu nombre?

— Muy justo, Hugo. Fatima. Me llamo Fatima.

— Bueno Fatima, que gusto que todo te haya gustado, ahora soy yo el que no te quita más tiempo ya te haz quedado más de lo usual y no quiero estar interrumpiendo. ¿Mañana a las 2, cierto?

— Seguro. – respondió ella mientras se dirigía a la pequeña puerta de marco blanco y cristales nítidos. Saludo con la mano y salió.

Caminaba hacia la oficina sin poder explicarse porque le había dado lo que para ella era de las cosas más reservadas, su nombre. ¿Tan bien había hecho las cosas Hugo para no querer reinventarse esta vez? ¿O era el hecho de que le gustaba asumir que su existencia temporal se podía resumir a lo que el pensase por su elección de bebida o plató fuerte? Tal vez habría sido mejor decir que se llamaba Lili o Gabriela, que eran sus nombres para este tipo de eventos, y cambiar de sitio de almuerzo a uno de los tantos que habían cerca de su estudio.

Había llegado y cuando sacaba las llaves para entrar, se dio cuenta que había decidido complicarse un poco más la vida, porque al día siguiente volvería y se sentaría de nuevo en la mesa 3, a ver la pared blanca y escuchar su nombre dicho por Hugo para saludarla al tomar su pedido. El por qué aún no estaba claro, pero se daría el tiempo de descubrirlo